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Asepsia y antisepsia. Visión histórica desde un cuadro.

Francisco José Araujo Rodríguez* Carmen Encinas Barrios* Francisco José Araujo O`Reilly **.María Angeles Torres*** María Victoria Caballero Martínez*** *: Servicio de Farmacia. HGUCR, Ciudad Real **: . Real Academia de Medicina de Sevilla ***: Servicio de Medicina Preventiva HGUCR, Ciudad Real Hospital General Universitario de Ciudad Real. c/ Obispo Rafael Torrija, s/n 13005 Ciudad Real

27 junio 2011

Figura 1: Antiseptic Surgery por T P Collins. William Cheyne (1882). British Library

A través de un cuadro o dibujo podemos ser conscientes de la evolución de ciertos aspectos de la medicina. En este grabado de finales del siglo XIX (figura 1) podemos observar una intervención quirúrgica realizada a una mujer: se está realizando en una habitación que podría ser la de un hospital; aparecen cuatro personajes con vestimenta de calle, sin asepsia; a la paciente se le aplica un paño, esponja o toalla impregnada, posiblemente en éter sulfúrico o cloroformo como anestésico; tiene activado un pulverizador de gas carbólico (fenol) con el objeto de destruir los gérmenes patógenos y hacer una limpieza del campo quirúrgico y apoyado en la ventana está el familiar compungido, esperando el resultado de la intervención.

Durante los siglos XV al XIX, se desconocía la anestesia general y se ignoraba la antisepsia y la asepsia. Antes de una operación el paciente era embriagado o narcotizado e inmovilizado por otros asistentes. En aquella época, las curaciones de las heridas se hacían con hilas, vendajes de sábanas viejas, se utilizaban cordones, emplastos, ungüentos etc. y el público recurría a la «tela de araña» que tomaban en las caballerizas y otros sitios y rincones de las casas. Aún, a finales del siglo se usaban estos procedimientos; el ejército recogía hilas en las casas de familias, que no desinfectaban, para curar a sus soldados: con tales procedimientos casi todas las heridas supuraban. Los más adelantados acudían al agua fenicada y al yodoformo al finalizar el siglo. La podredumbre del hospital, el tétanos y otras infecciones, hacían de éstos un sitio perfecto para encontrar la muerte. La higiene era escasa, y los cirujanos operaban en habitaciones más o menos sucias con instrumentos que rara vez se lavaban entre operaciones. Era frecuente no lavarse las manos antes o entre operaciones, o usar ropa limpia. Esto se suma a la falta de una anestesia efectiva. Muchos morían a causa de los golpes o el dolor de la operación; si no morían en la mesa de operaciones, morían de una infección.

En el siglo XVI se empleó un método eficaz para detener una hemorragia, utilizando ligaduras para atar los vasos sanguíneos en vez de la cauterización, práctica introducida por el cirujano militar francés Ambrosio Paré (1510-1590). Otra de las innovaciones de Paré, fue un descubrimiento casual: en cierta ocasión, después de una batalla hubo tal cantidad de heridos que Paré agotó su provisión de aceite de sauco que utilizaba para cauterizar las heridas y tuvo que improvisar desesperadamente una pomada a base de yema de huevo, aceite de rosas y trementina; pensó que muchos de los heridos morirían durante la noche pero inesperadamente, los pacientes tratados con este remedio estaban al día siguiente sin fiebre ni inflamación y con poco dolor, mientras que aquellos que habían sido cauterizados, los encontró con «gran dolor, tumor e inflamación en torno a sus heridas». Nunca más volvió Paré a quemar a sus pacientes utilizando métodos mucho más suaves para desinfectar las heridas.
Otro avance fue introducido por William Budd (1811-1880), epidemiólogo de la época victoriana, tomando como base los trabajos sobre las epidemias y su difusión de su colega contemporáneo John Snow. Budd estudió como la leche y el agua eran los principales difusores del contagio de enfermedades tan graves como el cólera y el tifus, que causaban auténticas epidemias y miles de muertes al año.

El trabajo de Budd no sólo supuso un gran avance en la medicina sino que sirvió como revulsivo para que las autoridades se preocuparan más de las condiciones higiénicas de las ciudades en general y del sistema de aguas en particular, como principal difusor de los contagios. La primera ciudad en la que se llevó a cabo este saneamiento de aguas fue en Bristol.
La historia de la asepsia no se puede contar sin incluir a el Ignacio Semmelweis (1818-1865), quien demostró en 1846 en Viena la asociación entre la infección puerperal, en el pabellón de maternidad y las manos de los médicos contaminadas después de practicar necropsias; él comparó la mortalidad hospitalaria de las pacientes atendidas por los médicos con la mortalidad de las mujeres atendidas por parteras en el mismo hospital y observó que las pacientes atendidas por los médicos tenían una frecuencia mayor de muerte, para sustentar este hallazgo, obligó a los médicos a lavarse las manos, desde entonces, la mortalidad cayó hasta un nivel inferior a la del pabellón de las parteras.

Figura 2: Retrato de Louis Pasteur. Albert Edelfelt Musee d'Orsay, París

En 1880 Charle Chamberland (1851-1908), bacteriólogo francés que trabajó con Louis Pasteur (1822-1895) (figura 2) desarrollo la primera esterilización médica mediante el uso del “Chamberland autoclave”. En principio era similar a la olla que servía para hervir todos los instrumentos del cirujano y la eliminación de todo rastro de bacterias, la técnica fue desarrollada por Robert Koch (1843-1910).

 

Otro de los avances se produce con Joseph Lister (1827-1912), cirujano inglés, uno de los primeros investigadores que usaron el microscopio como principal instrumento de estudio médico. En su trabajo como cirujano en la Royal Glasgow Infirmary desarrolló un método de asepsia y antisepsia mediante el sometimiento del instrumental quirúrgico al calor, como método de desinfección, tras estudiar las conclusiones de Louis Pasteur sobre los microorganismos bacterianos. Llegó a la conclusión de que la mayor parte de las infecciones contraídas en las heridas eran de origen bacteriano, por lo que una perfecta higiene y desinfección tanto del instrumental como de las manos del médico eran fundamentales. Para erradicar las infecciones probó con increíble éxito el uso del fenol como antiséptico, no sólo para desinfectar los instrumentos de operación, sino para lavar las manos de los cirujanos y para aplicarlo a las heridas abiertas como bactericida. Después del uso habitual de este método en los hospitales, las muertes por infección de heridas disminuyeron en un número muy considerable. Lister fue también el inventor del pulverizador de gas carbólico como método antiséptico.

Destaca la labor realizada por Florence Nightingale (1820-1910), madre de la enfermería moderna cuya teoría se centró en el medio ambiente, en las condiciones que rodeaban al enfermo, ella creía que un entorno saludable era necesario para aplicar unos adecuados cuidados de enfermería, afirmó: “Hay cinco puntos esenciales para asegurar la salubridad de las viviendas: el aire puro, agua pura, desagües eficaces, limpieza y luz».

En el cuadro se puede observar la ausencia de guantes en los cirujanos, fue en 1889 cuando William Halsted (1852-1922) introdujo la práctica de usar guantes durante las intervenciones.

Con estos avances el quirófano se había convertido en un medio libre de gérmenes y las tasas de mortalidad se desplomaron en todo el mundo.

La prevención y lucha contra las infecciones se remonta a períodos remotos, anteriores al descubrimiento de los microorganismos como agentes causales de las enfermedades infecciosas. Con los descubrimientos de Pasteur en el siglo pasado, se demostró que la causa de numerosas enfermedades contagiosas reside en los microorganismos que se transmiten utilizando diferentes mecanismos. Lister asoció el descubrimiento de las bacterias y su participación en la génesis de las infecciones, por lo que introdujo el concepto de asepsia en la práctica quirúrgica y la idea de prevenir la infección mediante los antisépticos, utilizando las nebulizaciones con fenol para desinfectar el aire, el lavado de manos del cirujano, la desinfección de la zona quirúrgica. Posteriormente, con los descubrimientos de nuevos antisépticos y fundamentalmente de las sulfamidas y la penicilina, ha ido mejorando la lucha contra las infecciones. Todas estas técnicas han modificado a lo largo de los últimos años, el pronóstico de las intervenciones quirúrgicas posibilitando el rápido progreso de la cirugía actual. Sin embargo, la infección hospitalaria sigue siendo hoy día un problema de salud pública de primer orden en todos los hospitales del mundo.
En los hospitales actuales nos podemos preguntar ¿Por qué se producen las Infecciones?, la clave de la Infección es lo que se llama la Cadena Epidemiológica. Esta cadena está formada por varios eslabones: Agente infeccioso, Reservorio, Puerta de salida, Mecanismo de transmisión, Puerta de entrada y Susceptibilidad del huésped.

De todos ellos el eslabón más importante es el mecanismo de transmisión. Si logramos romper éste eslabón, estaremos impidiendo que la Infección se propague de un huésped a otro, y los medios más importantes que tenemos a nuestro alcance para romper el eslabón son: Higiene de manos, desinfección, limpieza y esterilización.

Actualmente en nuestra práctica diaria tenemos asimiladas unas rutinas cuyo fin es el de mantener una asepsia y antisepsia correctas, son fruto del conocimiento transmitido durante muchos años y del esfuerzo de grandes profesionales pero es importante reconocer que aún nos queda mucho camino que recorrer.

BIBLIOGRAFÍA

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Figura 1: Antiseptic Surgery por T P Collins. William Cheyne (1882). British Library