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Evolución de la tecnología de administración anestésicos volátiles por vía inhalada (1846-1914).

8 septiembre 2015

Villazala González R. (MD. PhD.)

S. Anestesiología y Reanimación. Hospital General Universitario de Ciudad Real.

 

Palabras clave: Historia de la medicina, anestesia, tecnología médica, anestesia inhalada, inhaladores.

Directores: Redondo Calvo FJ. (MD. PhD.), Pozuelo Reina A. (PhD.)

 Hospital General Universitario de Ciudad Real.

 

RESUMEN

Con la introducción de la anestesia quirúrgica moderna en 1846 se hizo necesaria la administración de fármacos volátiles por vía inhalada de una manera sencilla y segura. Al tratarse de un terreno desconocido, en un primer momento se combinaron elementos y conceptos previos (en especial los inhaladores medicinales) adaptándolos a las nuevas necesidades de acuerdo con los conocimientos fisiológicos y con la experiencia clínica que se iban acumulando. Aunque la historia de la anestesiología está bien documentada, no han existido trabajos sistemáticos centrados en exclusiva en la evolución del diseño de esta tecnología en periodos amplios de tiempo.

Para el presente estudio se recogieron 652 objetos de fuentes diversas como revistas médicas, catálogos de instrumental médico, manuales de práctica clínica, patentes y revisiones sobre la historia de la anestesiología, desde 1846 a 1914, clasificándolos por una serie de características morfológicas y funcionales, y realizándose un análisis estadístico de los datos obtenidos.

Uno de los resultados más relevantes es que hasta bien entrado el siglo XX se desarrollaron varios paradigmas tecnológicos que discurrieron de forma paralela, de modo que no hubo una evolución desde diseños más simples a otros más complejos: más bien convivieron varias tendencias. Los llamamientos al control de la dosis administrada fueron precoces, pero fueron por delante del desarrollo técnico, de modo que un ajuste más preciso solamente fue posible cuando la tecnología lo permitió. Al respecto, la exactitud de la dosis administrada fue deficiente, casi sin excepción, hasta el siglo XX, consiguiéndose en el mejor de los casos la limitación de la concentración máxima administrada. El punto de inflexión fue el uso de un flujo continuo de gas fresco a partir de cilindros presurizados de O2 y N2O, no siendo necesario depender de la cambiante ventilación espontánea del paciente. Aunque prácticamente todas las naciones se lanzaron en mayor o menor grado a la administración del éter desde 1846, y del cloroformo poco después, el liderazgo en el diseño y construcción de estos objetos discurrió paralelo al desarrollo social y económico previo, de modo que se pasó de la supremacía de Reino Unido y Francia al crecimiento notable de los Estados Unidos y Alemania con la llegada del siglo XX. Respecto a los responsables del diseño del instrumental, tras un periodo inicial en el que múltiples profesionales coexistieron, con el paso de los años la importancia de los médicos anestesiólogos y los ingenieros iría perfilándose, aunque el papel de los cirujanos siempre fue destacable. El factor más importante que determinó el éxito de unos aparatos y la desaparición de otros fue la utilidad y la facilidad del uso, siendo la profesión del diseñador o la complejidad un factor secundario, incluso una desventaja. Socialmente la anestesia fue aceptada desde 1846, pero la sospecha de la peligrosidad del cloroformo fue constante y estimuló la búsqueda de la seguridad del paciente. Sin embargo, la administración de anestésicos no alcanzó un nivel científico y tecnológico óptimo hasta que la especialidad se consolidó como tal, y los fabricantes tradicionales con métodos artesanales dieron paso a compañías especializadas con recursos suficientes para construir las máquinas que la práctica clínica exigía.

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