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Del sangrador y la partera al Colegio Oficial de A. T. S. (1804-1955). (I)

8 septiembre 2015

 Pozuelo Reina A. (PhD.)

S. Biblioteca.

Hospital General Universitario de Ciudad Real.

 

 

Dirección para correo:

Ángel Pozuelo Reina, Hospital General Universitario de Ciudad Real

c/ Obispo Rafael Torija s/n.

13005 Ciudad Real

 apozuelo@sescam.jccm.es

 

Palabras clave: Historia de la enfermería, practicante, sangrador, romancista, ministrante, Ley General de sanidad, Ley Moyano, siglo XIX

 

 

Introducción.

Nuestro estudio se remonta al comienzo del siglo XIX, cuando los sanitarios no médicos empezaron a tener más relevancia en la sanidad. Una sociedad cambiante, cuyas necesidades en materia de salud precisaba de unos profesionales que iban más allá del sangrador y de la partera, o de la cuidadora de enfermos indigentes o presos 1. El análisis se basará en las leyes que fueron surgiendo en España y perfilando la profesionalidad del practicante, la enfermera y la comadrona hasta convertirse en Ayudantes Técnicos Sanitarios. Y, después, en Diplomados Universitarios en Enfermería.

<<Sin latín>>, pero con conocimientos técnicos.

Al inicio del siglo XIX nos encontramos las figuras del sangrador y del cirujano de 3ª o “cirujano romancista”, que no tenían estudios universitarios, “que no sabía latín”. Términos contrapuestos al de “cirujano latino”, que era el sanitario (médico) con formación universitaria de cinco años. Mas, para obtener el título de sangrador se precisaba una formación práctica de tres años junto a un cirujano latino. Pero, ya se vislumbraban cambios de mentalidad y se harían reformas importantes en las que el liberalismo desplazaría a los regímenes absolutistas. ¿Debemos vincular el desarrollo y progreso de las profesiones sanitarias a los cambios políticos? Obviamente sí. Unos años antes, se aprecia la necesidad de mejores estudios entre la clase sanitaria. Tras la creación en 1797 del título de sangrador; en 1804, con una Real Orden (6 de mayo), el rey Carlos IV ratificó las competencias de este empleo en la sanidad 2,3,4.

Otro hecho importante, sin aplicación práctica, fue el debate parlamentario sobre salud, en 1822, conocido como “Código Sanitario”, desarrollado durante el denominado “Trienio Liberal”. Destacado periodo de avance y progreso hacia la modernización del país, no sólo en el ámbito de la salud sino de la política y la sociedad. El Código Sanitario de 1822 fue un intento de actualizar y definir las acciones sanitarias para todo el pueblo español. Incidiendo en la necesidad de que la práctica de la “ciencia de curar” fuera desempeñada por trabajadores preparados y cultos, dando relevancia a la figura del cirujano-sangrador. Durante la “Ominosa Década” del reinado de Fernando VII (1823-1833), se ratificó esta idea mediante un Real Decreto en 1827 2,4. Pero, incluso siendo necesarios para la sanidad, aún no tuvieron el reconocimiento de cargo o trabajadores de lo público 5. Se reglamentó dicho año la configuración de los Reales Colegios de Cirugía para atajar el intrusismo profesional. Pues, a finales del siglo XVIII, cada vez con mayor inquietud se acusaba a barberos de intrusismo y a las parteras de su escasa preparación para la labor asistencial 5.

Bajo cualquier punto de vista, el desarrollo y progreso en las profesiones sanitarias hay que vincularlo a los avances sociales, políticos, económicos y a la modernización de la sociedad y, tristemente, también a los conflictos bélicos; y, aunque no se produzca un efecto inmediato, hay una relación causa-efecto; estando asociados las nuevas políticas, el progreso de la enfermería y la necesidad salud pública.

El cambio de nombre y de consideración académica, profesional y social.

Hasta que las figuras del cirujano-sangrador y del cirujano de 3ª se fusionaron en la profesión de practicante (1857), el devenir histórico muestra tres momentos destacables: en primer lugar, 1846, año en el que una Real Orden expresa que, para adquirir la condición legal de cirujano se precisaba dos años de prácticas en hospitales con el fin de obtener el título 2,4,6.

 

Figura 1. Libro de texto de 1848.

Figura 1. Libro de texto de 1848.

 

Recordemos que esta época viene marcada por el comienzo de una importante Reforma Sanitaria con la creación de la Dirección General de Sanidad (1847). En segundo lugar, 1855 traerá dos leyes de gran importancia política-social: la Ley de 28 de noviembre, disponiendo lo conveniente sobre el servicio general de Sanidad, también conocida como “Ley Orgánica de Sanidad” (algunos ven en la ley el origen de los Colegios profesionales); y en tercer lugar, la Ley de Instrucción Pública, “Ley Moyano”, promulgada en 1857 2,4,6. Por tanto, volvemos a plantear la pregunta inicial: ¿podemos separar el avance de las profesiones sanitarias de los cambios sociales y políticos que se estaban produciendo en España? Indudablemente, no. Las revoluciones de 1848, que recorrieron Europa, de alguna forma, penetraron en España. Aludimos a cierto avance social en el reinado de Isabel II, la “Década Moderada”, de tintes liberales (1844-1854). Limitada por dos instantes políticos de carácter progresista: la Regencia de Baldomero Espartero (1841-1843), y el “Bienio progresista” (1854-1856), también con Espartero al frente del gobierno. Se trata de un periodo histórico en el que se produjeron cambios políticos, sociales y económicos importantes que necesitaban de reformas adecuadas al sistema productivo, al sistema laboral y al sistema de salud de los diversos y variados grupos que la componían la sociedad. En el ámbito sanitario las leyes irían definiendo y configurando la formación académica de estos trabajadores sanitarios, como el “Reglamento para la enseñanza de practicantes y matronas”, de 1861 2,4.

La asociación de los trabajadores superando los gremios.

Tras la Revolución de 1848 se manifestaron claramente tendencias sociales que favorecieron las reformas, cambios que partieron del primer tercio del siglo XIX, cuando las clases burguesas (representantes del liberalismo emergente) se fueron abriendo paso en la vida política. Así, los grupos profesionales con tareas afines se alejaban de los viejos gremios de artesanos y trabajadores de la misma rama laboral. Era otra manera de unión. El asociacionismo daba sus primeros y titubeantes pasos hacia formas distintas de agrupación: Sociedades de Socorro, Mutuas, Cajas de Resistencia, Sindicatos y, posteriormente, los Colegios Profesionales. Pero, en el caso de practicantes y matronas aún está lejos la colegiación.

No obstante, se van modificando muchas cosas. Después de la unificación de las figuras del sangrador y del cirujano de 3ª en “practicantes”, las profesiones sanitarias lograron que los sucesivos gobiernos considerasen sus reivindicaciones conforme a la modernización de la sociedad. Posteriormente hubo un tropiezo terminológico, cuando el Real Decreto de 7 de noviembre 1866 denominó a practicantes y matronas: “facultativos habilitados de segunda clase”. Vocablo, un tanto peyorativo, que sería eliminado nada más producirse la Revolución de 1868. El gobierno provisional del general Serrano dictó en octubre un Decreto que unificó los títulos de los profesionales de la “ciencia de curar” 2.

Se dio, a partir de ese momento, una nueva situación en las relaciones entre los patronos y los trabajadores. El mercado laboral de la sociedad capitalista, que se estaba fraguando, exigía y demandaba un esfuerzo para el aumento de la producción. La sociedad reclamaba productos y servicios; los patronos exigían a los trabajadores un esfuerzo mayor; y los trabajadores tenían que organizarse. Y surge la pregunta: los practicantes y matronas ¿escapaban a las demandas sociales y al mercado laboral de la época? Obviamente, no. También tenían que organizarse y mejorar, debían atajar el intrusismo profesional y adaptarse a lo que la sociedad les pedía. A finales del siglo el debate sobre los Colegios Profesionales era público, y este grupo de profesionales sanitarios permanecía expectante ante lo que se dirimía en los grupos médico y farmacéutico respecto a la colegiación obligatoria, que se implantaría en 1898.

La necesidad de profesionales con mayor cualificación propició nuevas reformas en el ámbito de la sanidad, pues no solo en lo tecnológico y en lo industrial se iban a manifestar los avances del siglo XIX. La “ciencia de curar” se desarrolló, progresando y ampliando sus conocimientos y habilidades. Y la sociedad española de la época no sólo demandaba esa profesionalización, sino que se beneficiaría en gran medida de ello 2. Las palabras del historiador Espadas Burgos son ilustrativas de lo que expresamos: …La gran expansión industrial… no hubiera sido posible si los avances de la sanidad y las conquistas de la ciencia, que frenaron las grandes epidemias, redujeron los aterradores índices de la mortalidad infantil y dilataron las esperanzas de vida de la especie humana, no hubieran conseguido paralelamente originar una fuerte y mantenida expansión… 7.

¿Influyeron en el debate sobre la obligatoriedad de la colegiación otras fuerzas políticas, económicas y sociales? Indudablemente, sí. A comienzos del siglo XX se manifestó con nitidez el apoyo político y social a la colegiación. Los conservadores estaban divididos y fueron los partidos liberales los que apoyaron la colegiación de los sanitarios en defensa de los intereses profesionales, de la dignificación laboral, sin los calificativos peyorativos utilizados anteriormente: “habilitados”, “habilitados de segunda”, “cirujanos de 3ª”, etc. Y curiosamente, el gobierno conservador de Silvela propició la colegiación en términos de voluntariedad con la Instrucción General de Sanidad de 1904, mediante una Real Orden de 12 de enero. Año en que se promovió una importante reforma de las enseñanzas en la carrera sanitaria (en este sentido recordemos que en Estados Unidos la enfermería era ya una carrera universitaria que, literalmente, había sentado cátedra).

Conclusión (parcial).

A modo de conclusión parcial se pueden señalar el importante respaldo legal a la labor profesional dentro de la jerarquía sanitaria en España; con una clara definición de las labores asistenciales de practicantes y matronas con una adecuada formación académica evitando el intrusismo en las prácticas sanitarias.

Referencias bibliográficas.

1.- Arenal C. La Beneficencia, la Filantropía y la Caridad. Madrid: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas; 1861.

2.- Sanz Ferreiro R. Los practicantes y el ejercicio de la odontología española [Tesis doctoral]. Madrid: Universidad Complutense; 2004.

3.- Expósito González R. Apuntes históricos sobre el origen del Colegio de Enfermería de Ciudad Real. Enfermería de Ciudad Real. 2009; 52 (27-32).

4.- Viñes JJ. La Sanidad española en el siglo XIX a través de la Junta Provincial de Sanidad de Navarra (1870-1902). Pamplona: Gobierno de Navarra; 2006.

5.- Sánchez Álvarez J. El Protomedicato navarro y las cofradías sanitarias de san Cosme y san Damián. El control social de las profesiones sanitarias en Navarra (1496-1829). Pamplona: Gobierno de Navarra; 2010.

6.- Aniorte Hernández N. El movimiento reformista durante el siglo XIX y su influencia en la enfermería española. Historia de la Enfermería. Licenciatura en Enfermería. http://www.aniorte-nic.net [Acceso: 9 julio 2009].

7.- Espadas Burgos M. Introducción. La Revolución Industrial. en Gran Historia Universal, (Coord. Moretón Abón, C. y Sanz Aparicio, A. M.), Madrid: Editorial Nájera; 1986.